30/12/2010
El 'gran hermano' de los cetáceos
En este momento, las ballenas del océano Atlántico se están comunicando con sonidos que recorren distancias de centenares de kilómetros. Hasta hace poco, los humanos podían acceder solo a fragmentos de esas conversaciones, principalmente grabaciones de pocos minutos que se obtenían hundiendo micrófonos desde barcos experimentales. Ahora, una red de 13 sensores dispuestos a dos kilómetros de profundidad en diversos mares y océanos (Mediterráneo, Negro, del Norte, Atlántico y Pacífico) permite grabar continuamente los sonidos de los cetáceos que se mueven en su proximidad.
Es más, cualquiera puede conectarse a una web (http://lido.epsevg.upc.es) y escuchar las señales capturadas en los últimos 20 minutos por cada una de las estaciones.
Este gran hermano de los cetáceos no responde a una pura curiosidad científica. Los investigadores han comprobado que los ruidos generados por los humanos -perforaciones, maniobras militares, yates...- desorientan, lesionan o incluso acaban matando muchos cetáceos. La red permitirá estudiar el problema y posiblemente mitigarlo mediante unos mensajes de alerta a los emisores de esos ruidos.
El sistema LIDO (Escucha del Ambiente del Océano Profundo, en sus iniciales inglesas) está coordinado por el Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas (LAB) de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), en Vilanova i la Geltrú (Garraf). «Es la primera vez que se puede hacer un seguimiento tan extenso en el espacio y en el tiempo -explica el ingeniero y biólogo Michel André, director del LAB- y además identificar los sonidos en tiempo real y emitirlos por internet».
El LIDO aprovecha un conjunto de estaciones de medida ya existentes, diseñadas para captar terremotos submarinos y detectar neutrinos (partículas provenientes del espacio que se capturan mejor después de que todas las otras se hayan filtrado a través de la columna de agua situada encima del detector). En el 2005, dos científicos italianos tuvieron la idea de añadir un hidrófono a un detector de neutrinos para registrar el paso de cetáceos. El equipo de André ha extendido esta idea a 13 estaciones. Además, ha puesto a punto un algoritmo que analiza en tiempo real el flujo de datos transmitidos por cable desde los sensores. El algoritmo localiza e identifica la fuente. «El sonido se propaga cinco veces más rápido en el mar que en el aire: las señales de baja frecuencia recorren centenares de kilómetros antes de desaparecer», prosigue André. En más de 15 millones de años de evolución, los cetáceos han aprendido a utilizar esas propiedades para orientarse en un entorno sin luz.
Esa gran sensibilidad se convirtió en un lastre desde el momento en que los humanos empezaron a invadir el espacio acústico marino. Las perforaciones para buscar gas o petróleo, las maniobras militares y hasta el simple paso de un yate son ruidos insoportables para estos animales. Pueden desorientarlos y llevarlos a chocar con barcos o a vararse. «La exposición continuada puede producirles lesiones», explica André. En algunos casos, incluso matarlos: por ejemplo, ningún cetáceo sobrevive en las cercanías de los martillazos necesarios para clavar el pilón de un molino eólico marino.
«El ruido en el aire está regulado porque afecta a los humanos, pero en el mar no hay un estándar de medición», insiste André. El LIDO podrá alertar a quien opera en el mar acerca de la presencia de cetáceos, de manera que las operaciones se podrían parar si fuera necesario. «Los intereses humanos y la conservación se podrían conciliar», concluye André.